Hagamos esa diferencia…

Las nueve de la mañana. Salgo de la capital de mi país, para vivir su exuberante Naturaleza, voy hacia las afueras, para liberarme un poco del humo, de la prisa y de la turbulencia. En la carretera encuentro a dos hombres de edad avanzada, compinches ambos en su noble trabajo, de recoger la basura y seleccionar lo que nuestra inconsciencia no elige, haciendo una masa amorfa entremezclada con envases de vidrio, latas aplastadas, bolsas de plástico sucias, huesos de donde desprendemos la carne de los pollos que se engordan con engordantes hormonales y tanto más.

Allí están dos Seres importantes para el planeta, trabajando bajo el sol que empieza a ser fuerte en esta época de Cuaresma, colocando entre bolsas viejas, como ha de colocarse cada pieza: las botellas de vidrio por un lado, el aluminio por el otro, el cartón para allá… Cuando me acerco a ellos, me reciben tan amables que me es grato conversar y departir este pan dulce con algunas pasas que todavía no he quitado en el camino.

Un descanso cae bien y las mordidas dulces de un instante de la vida saben maravillosamente, ellos y yo, departimos risa, un buen pan y compañía. El trabajo de recolectar tanta basura para ganar el pan de cada día es largo, y yo me despido agradecida con ellos, por lo que hacen, para seguir mi ruta que me dirige hacia el Océano Pacífico.

Más adelante y en plena carretera, un hombre canoso sin dentadura me regala una sonrisa abierta, cuando lo encuentro jala una carreta repleta de leña. Absorto del mundo exterior parece estar, pues cuando le saludo no me escucha, aunque cuando me descubre, su sonrisa espontánea me conquista. El pan se multiplica y con evidente gratitud y alegría lo disfrutamos mútuamente.

Salgo de la ciudad y me encuentro con una floración mágica: los árboles de gajos de flores rosa han botado casi todas sus hojas y visten al cielo de distintos matices róseos; mientras de intenso amarillo los cortés blanco iluminan el incendio de los árboles de fuego, que visten de pasión nuestros cielos y suelo, enhebrando alfombras vibrantes sobre el césped.

Colinas y cerros, el verde del invierno todavía se mira entre la intensa sequía del verano, aunque hace un par de días cayera una leve llovizna. Dos niños son ahora quienes hurgan entre la basura y al mirar el pan bueno que Dios les manda, sus ojos se iluminan cuando con que alegría dicen esa palabra mágica: ¡Gracias!

Basura y promontorios de ella al filo de la carretera en algunas zonas donde los peatones circulan como indiferentes y los automovilistas, en cuenta yo, no hacemos algo de verdad para retirarla por completo… Terrenos achicharrados con el método de rosa y quema, que retira los nutrientes de la tierra, para sembrar año con año. Pobreza extrema que duerme entre las varas de algún árbol sostenidas con plásticos o láminas que con la lluvia y el viento se desprenden. ¡Mi país tiene hambre…!

Además tiene basura que interrumpe la transparencia y el desarrollo de un país de gente maravillosa. Manos que se lucran sin piedad, ni consciencia, dándole importancia al papel y al tener, en lugar de compartir y fluir, para que la niña pueda beber agua limpia; para que el niño reciba buena educación y la vivienda donde crecen sea digna. Alimento que no encuentra, para saciar su hambre. La niñez de mi patria tiene sed…

Mi país pese a tanto maltrato, aún es bello. La sonrisa y gratitud, la solidaridad de mi gente es exquisita y el mar donde llego ahora, retumba suavemente, para que me sumerja y nade cual si el pez, en su pecera. Mi país y mi gente, merecen de mí, lo mejor, porque quizás yo, pueda hacer esa diferencia, que algunos por estar tan ocupados y enviciados haciendo torres de papel sucio y banal, no lo harán…

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