Mirando a un árbol…

Esta mañana clara, con el canto incesantemente hermoso de las chicharras que nos regalan sus divinos mantras, mientras observo a este cielo azul, con algunas nubes blancas que nos envuelven en una bella vibración; empiezo a bendecir el momento en el que me conecto con este Gran Dios que crea un paraíso.

Al inhalar muy lentamente y exhalando conscientemente la bendición de estar viva en esta dimensión, donde el foco de atención ha de ser lo sublime, simple y profundo; empieza a gestarse naturalmente en mi, esa focalización tan diferente a la que surge cuando nos sometemos a ese ruido mental y mundano, de un planeta que ha de detener la marcha de inconsciencia para no colapsar…

Ahora mi inhalación es más profunda y conforme me adentro mar adentro en el milagro de respirar, agradeciendo por ese Todo que nos abraza, mi mirada se centra sobre un árbol alto, verde y frondoso, donde en las tardes los pericos regresan a sus nidos, para dormir bajo un cielo pleno de estrellas.

Conforme el silencio, mi entrega, el cielo, las nubes, el viento, mi respirar se fusiona con el árbol —hogar de tantos corazones—; como por arte de magia y centrada en mi respiración expansiva, me doy cuenta mas conscientemente de la vida que habita en ese majestuoso árbol… Aves, con diferentes notas musicales, entre algunos primeros cantos cual si graznidos de los pericos que acaban de romper el cascarón.

Una, dos, tres ardillas que saltan de rama en rama… la dinámica de la vida en una clara manifestación de muchas vidas, que aman a ese hogar que alegremente palpita y canta cada día una alegre canción… ¡Maravillosa creación! Evidencia que nos invita a cuidar a cada árbol que habita, a cada nido que se cimienta, a cada flor, que mañana será un fruto que engendrará la bendita cosecha.

Equilibrio, armonía, inhalaciones más profundas… son sensaciones que llegan a mi alma y que me despiertan para estar más atenta, a la Vida de Dios.

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