Que vuelva a Ser…

Verde el pasto sobre el que caminé a mis siete años; los montículos que se elevaban plenos de vida me permitieron absorber a la naturaleza que abierta explotaba en gajos frondosos de flores, los que al caer formaban alfombras rojas, que a distancia parecían un incendio.

Los cartones de las cajas que se guardaban en la bodega de la casa, se deslizaban alegremente sobre esas bellas montañas, de las cuales la niñez subía y bajaba,  hasta que el sol caía, develando a una hermosa luna de tez redonda como las girasoles que despertaban al día siguiente, viéndonos caer y subir nuevamente…

La ciudad donde crecí era sencilla, sin tanto rótulo que ahora habla en inglés. Los letreros eran nacionales, con símbolos nuestros, con alegóricas frases a elementos que todos conocíamos y lo delicioso de todo esto, era que las raíces ancestrales se respetaban, legando en mi generación el amor hacia nuestras leyendas, nuestros cuentos, nuestra bella e intensa geografía, las tradiciones y hasta los dulces caseros que sabían a manjares celestiales…

Las relaciones entre la vecindad eran de deferencias y cortesía. Cuando el lechero traía de la hacienda el queso fresco, los vecinos lo saboreaban y, cuando el piñal de doña Ana, estaba en plena cosecha, la jalea que se hacía se incrustaba entre los pasteles de una masa tan fina… que se ha quedado grabada en mi paladar. ¡Cuantas delicias y cuántas alegrías!

Con los años, en mi país se han ido adoptando símbolos rubios con sangre extranjera, dejando en el olvido a viejos símbolos que contienen en la savia circulante del nahuatl, que todavía canta el bosque entre los  templos y pirámides, a la voz de la princesa indígena. Pareciera a veces que se carece de la conexión consciente con nuestra identidad, en este sistema, donde la pobreza espiritual de símbolos propios ha malgastado la casa nuestra, adoptando símbolos históricos que no son de mi niñez; así, ese vacío se llena de ideas superficiales que engendran inseguridad y temor, generando extrañeza en algunos, mientras que en otros, la sensación grata de pertenecer a nuevos emblemas, líderes y símbolos que nada tienen que ver con esta Tierra que me vio crecer…

Sensaciones… arquetipos colectivos queriendo hablar los lenguajes que se han dormido. Rieles de trenes tirados al olvido, carretas de campesinos, volcanes que cobran vida activa, cañales en plena floración, playas de arrecifes de coral, el manglar, los ojos de los bueyes halando la carreta donde la niña se transporta en lo rural; entre los templos y pirámides que develan la estirpe indígena que llevo entre mis venas…

Vida que vivir, valles que claman para que la niñez nuevamente se deslice en un ambiente de seguridad cual si ayer; naturaleza bella que en los cafetales destila miel… El torogoz entre la milpa, donde la Juana hace tortillas; la capital que ha de traer las tradiciones y las huellas que reclaman su lugar, sus costumbres… la solidaridad y Paz, la sonrisa a flor de piel y la esperanza abierta para que nuevamente vibren los símbolos nuestros, para que la inconsciencia cual si una ola que se levanta, no borre con la consciencia que se ha de resembrar y que debe madurar, sabiendo respetar y comprendiendo que la raíz jamás se ha de mutar.

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