Empieza a amanecer…

Empieza a amanecer… Todavía hay más sombras que luz. Desde la cima de la elevada montaña me deleito este instante en el que los ancestrales árboles de roble mecen sus vestimentas, al compás de este río de vientos que sopla con fuerza.

Sobre el tejado viejo de buen barro, cae una sinfonía constante de bellotas que se desprenden alegremente cual si copiosa lluvia y desde diferentes alturas para ejecutar el concierto donde las tejas son las teclas de este maravilloso piano…

Y mientras escucho al tenor viento con su voz enérgica y bien modulada, empieza a abrirse campo entre la oscuridad una ventana que colorea de naranja una franja del cielo, que recibe el primer y sutil lienzo de luz y de color, cada vez más intenso, mostrando la vibración de la iluminación que traerá pronto el astro sol.

¡Qué maravilla de pintura celestial en movimiento! El primer rayo de color que aparece descubre la silueta sombreada de un volcán perfecto, el Izalco, que dormido se ha quedado tras años de ser el faro que ha guiado barcos a la deriva entre las tormentas que se forman en el Océano Pacífico.

Continúa el viento estridente, mientras las bellotas agudizan la partitura de sus notas. Se abre paso a otra ventana más amplia de luz, mientras aparece el tono rosa intensificado, coloreando a cráteres de volcanes para crear esta acuarela natural en tonos y frecuencias sutiles y elevadas…

¡Qué despliegue de rayos rosa, naranjas y fresa! Cuánta luz se abre ahora para crear ésta bella paleta de colores, entre los que diviso el horizonte, donde se develan valles que se llegan a bañar al mar.

La luz conquista a las sombras… Amanece y las casitas del pueblo que antes cual si luciérnagas mostraban su iluminación interior, apagan sus luminarias porque ahora sale el sol.

Alegría matutina, el péndulo del reloj y su caja de resonancia nos acompaña marcando las seis de la mañana, mientras el canto del gallo, aquí en la montaña, es el despertador que marca la hora en la cual el campesino se regocija con su “café de palo”, que recién hervido en la olla de barro que se funde con el sabor a leña, lega, un toque ancestral y exquisito al paladar.

Los pájaros despiertan para agradecer y celebrar en cada amanecer — el dichoso fui, el tucán, el guarda barranco y el torogoz —, con la magia de sus cantos hacen fiesta mientras reciben el calor del sol, en esta mañana fría y de un viento estridente, donde la cometa más tarde volará…

El café caliente y el aroma al pan recién acabado de hornear, entre la mermelada de naranja y la alegría y gratitud por este bello nuevo día, me invita a la cocina desde donde les doy un “buenos días les de Dios…”.

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