El mundo interior ha de cambiar…

El reloj marca unos minutos antes de las cinco de la mañana. El ruido de los motores es evidente desde tempranas horas, relegando al silencio que a esa hora vivía la ciudad, cuando el canto del gallo era el despertador que en la quietud se solía escuchar… Cada madrugada nos despertábamos en una urbe serena, la naturaleza cantaba con la voz del grillo el buenos días, mientras la leche recién ordeñada de la vaca que  todavía a oscuras dejaba el lechero cada madrugada, soltaba un hervor en la cocina, despertando a los terneros que la bebían cual si néctar sagrado, con algunos que otros terrones de azúcar que alegraban mi paladar.

La ciudad de ayer, de manera artesanal, nos ofrecía un pan de maíz que al sumergir en esa taza de espumante leche caliente, legaba a mis sentidos el sabor sin preservante alguno, ni bolsa de plástico; a la torta de tuza, la semita pacha y alta chorreando miel, los vaporosos salpores de arroz, que horneaba la vecina en la tienda de la esquina… adonde la pandilla sana iba a parar para comprar cada tarde a ese choco banano, que andando en patines, a veces iba a caer sobre algún jardín.

Días de comunidad, de hermandad, de compartir lo que se solía preparar con sencillez, sin ese precio que el mercado consumista etiqueta, que debido a la marca y al eslogan que nos han dibujado en la mente, compramos y comemos tan rápido, que no sentimos ni el sabor, por que hay algo que no es tan fresco como lo artesanal de aquel ayer, como el despertar en el silencio bendiciendo a Dios por este nuevo día que despierta y que podemos mirar y sentir desde la consciencia…

Hay una vida verdadera que vivir, y para ello salirse de ese ajetreo; de cierto consumismo absurdo, como del ruido que no nos deja escuchar el palpitar de la Tierra, a la cual nos hemos de acercar… se vuelve relevante. Si vivimos en comunidad, en barrio, o en colonia, la cortesía y deferencia de ese intercambio de detalles, desde obsequiar unas naranjas del patio de mi hogar, hace una verdadera diferencia. Hacerla, hoy en día, es regresar a la hermandad que ha de volver a ser. Arreglar un ramo de flores que cosecho en mi jardín y envolverlos con un listón, para obsequiarlo a la vecina de al lado que acaba de ver nacer a su niña, cambia la energía de ese divorcio del casi todo, a excepción del televisor donde la campaña electoral utiliza artimañas de la era paleolítica y me retiene sentado sin hacer nada, escuchando las amenazas, como si se tratara de que gana el que mas insulta, acusa o engaña, mientras mis células se estresan y se fragmenta mi salud.

El celular vibra todo el día y “esa musiquita o campanita”, es el día a día a toda hora, incluso por la noche… se vuelve fundamental hacer un giro a la inversa en la forma de vivir que hemos aprehendido, desaprendiendo lo que hace ruido, lo que distancia a la comunicación familiar, lo que fragmenta el intelecto, esclaviza y nos hace entrar a una vida que no es vida, pues se vive para pagar lo que fragmenta, y daña a la salud mental, legando como producto en masa a una sociedad aletargada que duerme entre las garras de la depredación del compartir de verdad la hora de la cena, o de contener una sana conversación que deja huella, o de meditar u orar en familia.

El momento presente es todo lo que tenemos, recordemos que esto o aquello que parece ser un “para siempre”, está a punto de cambiar y antes de que cambie, hagamos una introspección consciente de lo que hemos de modificar desde un nosotros que no es un “yo egoísta”, sino una vibración que unida puede alimentar a la vida un poco mas quieta, mas conectada con la bella naturaleza, con el manto de agua clara, con proyectos honorables para la comunidad, la sociedad, el planeta…

Busquemos un espacio de quietud y de convivencia pacifista, para que la vibración personal y familiar, como colectiva, cambie el rumbo de esta hecatombe donde se estrella la Tierra.Vayamos a un hogar de niños huérfanos a dejar el abrazo que recordarán, a contar ese cuento que fantásticamente vivirán, a compartir de ese pan que con nuestras manos podemos hornear… El planeta necesita y merece una gran dosis de Amor sin condición, para que elevemos unidos la frecuencia de la humanidad y podamos dar ese salto que escuchará con atención al mantra que el gallo nos ha de obsequiar cada mañana. Detengamos a la prisa excesiva de los motores un instante, bajemos la locura, dejemos a un lado a ese celular, para abrazar. Juguenos con nuestro niño interior superior  y compartamos con alegría y comunión, este momento único en el que podemos hacer ea diferencia existencial, para vivir unidos, con sencillez, sobriedad y en Paz.

 

Leave a Comment